“…sin dejar de admirar las obras que dan forma y sentimiento a Madrid, fuimos entrando y mezclando nuestra percepción con las vidas que soportan y aglutinan esta amalgama de esplendor y oscuridad en que consiste una ciudad a la que se pueda denominar con ese nombre. Y nuestra admiración se fue acrecentando, porque en cada parada había alguno o algunos vecinos que nos regalaban un fragmento de realidad con la que poder componer el puzzle eterno del qué somos y dónde estamos. La decadencia propiciada de los mercados, su acogedor contacto con los sentidos de la vista, el olfato y el gusto, las imaginativas posibilidades que ofrece un solar...
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